5 de enero de 1873
He vivido grandes cosas estos últimos años. Lo primero que he de contar es que me casé con un hombre encantador, mi querido Diego Verdugo, con el que regresé a Cuba. La bienvenida fue increíble, todavía me acuerdo de la gran fiesta que montaron en mi honor. Allí era muy conocida y no me costó encontrar trabajo, además mi marido y yo asistíamos constantemente a eventos en los que conocí gente muy agradable y talentosa.
Fueron cuatro años maravillosos durante los cuales fui profundamente feliz, sin embargo, el quinto año, mi marido murió y mi posterior amante me abandonó cruelmente. Apesadumbrada, me sumergí de nuevo en un periodo de retiro religioso.
A pesar de mis intentos por olvidar lo ocurrido, todo lo que veía me hacía pensar en mi difunto marido y en mi antiguo amante, y acabé mudándome a Norteamérica. El ambiente y el propio lugar no me gustaban demasiado y a los dos meses decidí regresar a España.
Al principio pensé que volver a ver a mis amigos españoles me animaría, pero me he dado cuenta de que ya nada me consuela, nada me trae buenos recuerdos y no se me ocurre nada para remediarlo. El tiempo ha pasado, estoy vieja y decaída, cualquier cosa me fatiga.
Hace dos semanas que no salgo de mi casa porque no quiero hacer nada, no creo que viva mucho más, pero la verdad es que no me importa porque para mí supondrá un alivio poder descansar en paz junto a Dios.
Mi vida no ha sido precisamente fácil, pero eso es un privilegio del que solo unos pocos pueden gozar. A pesar de los golpes que me he llevado, he conseguido grandes cosas que nunca imaginé que podría alcanzar y he vivido muchos momentos felices que nunca olvidaré.
Por último, y como broche final para este diario, quiero agradecer a todos mis amigos y familiares que me han brindado su ayuda y su cariño cuando lo he necesitado y que han estado a mi lado en los momentos difíciles. Gracias, os llevaré siempre en mi corazón y os deseo lo mejor.
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