sábado, 21 de abril de 2018

Ana María Martínez Sagi I


18 de noviembre de 1929

Hace unos días, entrevisté a una prostituta llamada Lola. Ya tenía conciencia de los problemas e injusticias sociales que existen en nuestro mundo, pero la admirable Lola me ayudó a abrir los ojos: 'La mayoría de las veces somos tratadas como animales. Como simples objetos sexuales. El cliente nos paga y en ese preciso momento, nos hace suyas.' Esas palabras se me clavaban en el alma como si de afilados cuchillos se tratase. Llevaba tiempo tomando conciencia del trato injusto que recibimos las mujeres por el hecho de serlo, y tras escuchar esas palabras, algo se encendió en mí. 'Tengo que luchar', pensé.
Este pensamiento me perseguía desde hacía tiempo. En un afán de liberación y comprensión, compartí con mi madre, Concepción Sagi, la experiencia personal que me había hecho vivir aquella entrevista. Pero mi madre no lo entendía. No era capaz de comprender que el mundo no tenía por qué ser así. Solo se preocupaba de que en casa siempre hubiese suficiente dinero para alimentar a sus hijos y de cuidar a su idealizado marido. Siempre me repetía que desde aquel día lluvioso de 1907 en el que nací, solo tenía ideas y pensamientos descabellados y absurdos.
Lo cierto es que no se trata de eso, sino de libertad, libertad de pensamiento, libertad para actuar en función de mis ideales, libertad para amar a quien yo elija amar. Tener derecho a votar y llegar a contar con las mismas posibilidades que un hombre. ¿Qué es lo que sucede?, ¿que por el hecho de ser mujer soy inferior?

Supongo que las personas de este mundo no queremos estar preparadas para evolucionar, para iniciar una revolución que desemboque en un estado libre e igualitario.
Siento decepcionaros, padre y madre, pero yo, Ana María Martínez Sagi, no estoy dispuesta a permanecer de brazos cruzados ante las injusticias que se dan en nuestra sociedad.

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