sábado, 21 de abril de 2018

Ana María Martinéz Sagi V


5 de agosto de 1936
Escribo esto con un sentimiento de decepción y rabia que invade mi alma y cada estancia de mi cuerpo. El 18 de julio, se produjo una sublevación contra el legítimo Gobierno de la Segunda República Española, por parte de un grupo de militares, dirigidos por Francisco Franco, que, según lo que  he investigado, es un militar de alto cargo que  ha estado luchando en Marruecos, donde planeó el golpe de Estado. Me temo que una terrible guerra civil acaba de empezar, y yo no me voy a quedar de brazos cruzados viendo como esos fascistas toman mediante la fuerza y las injusticias mi país.
Hace unas semanas viajé hasta el frente de Aragón con la columna Macià-Companys, como corresponsal de guerra, para denunciar las atrocidades que se están cometiendo a costa de la lucha por la patria.
La semana pasada conocí a un buen hombre anarquista de nombre Buenaventura Durruti. Me dijo que había visto mi trabajo y que quería que trabajara para su columna, Durruti, también como corresponsal de guerra. Sin dudarlo un segundo, acepté la petición. La columna Durruti tiene una repercusión de escándalo, y a cuantas más personas lleguen mis escritos, más personas conocerán las bestialidades de la guerra.

Viajamos a la ciudad aragonesa de Caspe, todavía en manos del bando rojo, una de las más afectadas de la región. Entramos en un hospital que contaba con más de cien heridos de guerra. En cada mirada que me dedicaban los heridos podía ver la desesperación y el dolor. Algunos de ellos habían perdido miembros: una mano, un brazo entero, una oreja…pero eso no era lo que más les dolía. Habían perdido sus casas, su vida, a personas importantes y fundamentales para ellos, sus compañeros de batalla, a sus hijos, a sus parejas… y todo para qué, ¿por la patria? ¿por condecorarse vencedores y máximos ganadores de esta atroz guerra?

Como ellos, miles de españoles luchan por su patria. Por el honor de España. Pero, ¿acaso tienen voz?¿Acaso dentro de 80 años alguien se acordará de estos soldados? ¿O más bien se acordaran del hombre que decidió poner punto final mediante la fuerza al legítimo gobierno de la República? Todas estas personas se desviven por luchar, pero ¿contra quién luchan? ¿No están luchando contra sus vecinos, amigos e incluso familiares?
¿Qué precio tiene la guerra?
Un bando vencerá y el otro padecerá las atrocidades que se seguirán cometiendo, y la mayor parte de las vidas que fallecieron por una causa conjunta quedarán en el olvido. Hasta que alguien por casualidad, años después, decida recoger todos los cachitos rotos y llegar hasta los cimientos.
Soldados, intelectuales, artistas, visionarios, médicos, profesores, abogados, cantantes, niños, hombres, mujeres, escritores y sobre todo escritoras, quedarán perdidos en los vagos recuerdos, en un baúl de lo olvidado y lo arrebatado por las garras del tiempo.

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