sábado, 21 de abril de 2018

Ana María Martínez Sagi IV


  6  de diciembre de 1932 
             
Vivía ciegamente enamorada de mi querida Elisabeth. De sus besos, de sus 'te quiero', de su piel cálida y ardiente como un día de verano, de su mágica forma de cantar, de su cabello negro azabache solo comparable con el cielo estrellado en una noche de primavera, de sus mejillas pecosas y sonrojadas, de sus dos lunares, de su apasionada forma de besar, de sus caricias. Incluso de sus curiosas y en ocasiones molestas manías.

Recuerdo las excursiones al Montsen y las escapadas a escondidas de mi familia para esquiar a la Molina o el mejor viaje de mi vida, ese Jueves Santo que decidimos viajar a Mallorca y disfrutar de nosotras y de nuestra magia.
Siempre he oído esa frase popular de : ''Lo bueno, si breve, dos veces bueno''. Y esta es la excepción que confirma la regla. Habría pasado el resto de mis días compartiendo mi vida contigo, Elisabeth. Habría cruzado mar, tierra y aire por ti. Por verte sonreír. Por levantarme contigo cada mañana, pero está claro que vivimos en una época a la que parecemos no pertenecer.
Cuando mi madre se enteró de nuestro romance, me juró y perjuró que acabaría con ello. Y finalmente, lo ha conseguido.
Hace unas semanas mi padre falleció. Para ser sincera, no estaba muy unida a él. Pero un padre nunca deja de ser un padre, y comparado con mi madre, mi padre era la persona más liberal que conocía. Lo pasé mal tras su muerte, porque sentí que mi único apoyo familiar se había ido, y que ahora sí que sí estaba remando sola en el bote. Pero lo peor estaba por llegar.
Tras la muerte de mi padre, mi madre se volvió una persona todavía más conservadora y controladora. Comenzó a amenazarme, para conseguir que Elisabeth y yo dejáramos de vernos. Empezó diciéndome que denunciaría mi orientación sexual, que iría al club de tiro con jabalina y lo daría a conocer a todo el mundo, para acabar con mi carrera. Fue un momento de angustia y desesperación tan grande que la presión me pudo. Dejé que mi madre silenciara mi voz, mis gustos y mi libertad. Finalmente, y después de muchos actos despreciables por parte de mi madre, consiguió su cometido. Y Elisabeth y yo acabamos con nuestra relación.
Me sentía vacía, sola aunque rodeada de gente, decepcionada y rota en mil pedazos. No aguantaba más las reglas y normas de mi madre, así que decidí irme de casa e instalarme en la capital. 'Nueva vida' pensé.
Nunca dejes que acaben con lo que más quieres, que te digan lo que tienes que hacer, decir o pensar en cada momento, que te corten las alas, o que te amenacen con destrozar tus sueños. Eres dueño de tu vida y de tus decisiones, y, si alguien te quiere de verdad, te quiere con tus imperfecciones, tus gustos, tus opiniones y tus ideologías.
Te añoro todos los días de mi vida, Elisabeth.

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