sábado, 21 de abril de 2018

Concepción Arenal IV



5 de agosto de 1869

¿Tan difícil es hacer comprender al mundo que las mujeres podemos trabajar tanto o más que los hombres? ¿No sería posible abrir los ojos a la gente para que entendieran de una vez por todas que por el mero hecho de ser diferentes no se nos pueden negar la educación y la libertad? ¿Tan difícil es ver que estamos en posición de inferioridad, que para que esta sociedad funcione no es necesario aplastarnos como cucarachas e intentar arrebatarnos todo por lo que luchamos? Así de inocente e idealista es mi forma de ver el mundo, así de fácil la respuesta que se gesta en mi cabeza. ¿De verdad no podemos gozar todos de los mismos derechos? ¿Nadie se ha planteado  lo absurdo de tener sometida bajo un estricto yugo a la mitad de la población? Nadie parece estar dispuesto a luchar por el cambio, a alzarse contra este estúpido sistema, a luchar por lo que es justo.
Ahora me encuentro con más energía que nunca, jamás había estado tan dispuesta a luchar y a transformar el mundo. Creo que a pesar del desequilibrio y lo inmoral de este sistema todo se puede cambiar; lo único que necesito para ello es tiempo y ayuda: ayuda para intentar hacer llegar la educación a esta pobre gente y tiempo porque es lo único que nadie puede negarme. ¿Dónde se ha visto una revolución sin el impulso del tan peligroso y temido conocimiento? Para ser capaces de evolucionar y de entender qué es lo que está mal necesitamos que alguien nos enseñe, necesitamos comprender el mundo que nos rodea.
Me siento satisfecha conmigo misma, he logrado ayudar a personas que lo necesitaban y he conseguido demostrar a muchos que una mujer es tan capaz como un hombre de escribir y trabajar, pero por encima de todo he difundido mis ideas, casi todos mis conocimientos se encuentran ahora plasmados en los libros y a la espera de ser leídos por las generaciones futuras. Eso podría ser el motor que promueva el cambio y la evolución, el germen a la espera de mostrar cuál es el problema endémico de nuestra sociedad y cómo podemos evolucionar.
En estos últimos años he descubierto que existen personas increíblemente buenas en este mundo, creo que hay gente que ha venido aquí con la única intención de ayudar a construir algo mejor, hay personas dispuestas a sacrificarlo todo por hacer el bien y ayudar a los demás, hay gente que realmente merece la pena y por la que seguir luchando y creyendo en el cambio es posible.
Me gusta recordar lo mucho que he arrimado el hombro en la Cruz Roja, donde he pasado años intentando ayudar a los demás. Pero eso solo ha sido posible gracias a personas de otra pasta como la duquesa de Medinaceli, quien logró sacar adelante una rama femenina de esta organización para que mujeres como yo pudiésemos colaborar en la tarea. También me siento orgullosa de haber salvado decenas de vidas durante la Tercena Guerra Carlista, atendiendo a los heridos en el Hospital de Sangre de Miranda de Ebro, pero ¿qué habría sido de mí sin que nadie hubiese fundado dicho hospital? ¿Qué habría sido de todos esos heridos? ¿Y qué habrá sido, por qué no, de mí sin ellos? Después de todo, yo no soy más que un simple peón, una trabajadora dispuesta a apoyar sin reservas a todo el que lo necesite, pero sin personas tan increíbles, sin héroes de carne y hueso, nunca habría llegado a nada.
Agradezco en el alma la ayuda que Gertrudis Gómez de Avellaneda, Fernando de Castro  o mi tan querida e idealista condesa de Espoz me han aportado. Profeso especial admiración y agradecimiento hacia Salustiano Olózaga, sin el cual nunca me hubiera sido posible rescatar de la pobreza a tantas pobres e indefensas familias y proporcionarles una nueva vida, una pequeña oportunidad; sin él el patronato de los diez no habría sido más que una vana esperanza. Menciono sus nombres para que tras su muerte no caigan en el olvido y para mostrar que aún quedan personas buenas en este mundo egoísta y sinsentido.
Durante los últimos años de mi vida, que como cenizas impulsadas por el viento han terminado por desvanecerse, he comprendido que no estoy sola y que, a pesar del formidable sufrimiento que he tenido que sentir, y que de alguna forma aún llevo a cuestas sobre mi ya fatigada espalda, pues nunca olvidaré a quienes he dejado en el camino, hay personas que colman este frívolo mundo de esperanzas y bondad. Mi amado Jesús logró devolverme la felicidad que Fernando se llevó consigo tras su muerte. Sin esa fuerza que me dio para no aislarme del mundo y abandonarlo todo… ¿qué habría sido de La Voz de la Claridad? ¿Cómo habría denunciado tantos abusos e injusticias? ¿Cuál habría sido el fatídico final de aquellos que requerían mi ayuda? 
Me siento orgullosa de mi misma (sé que suena mal decir algo así), habrá quien me tilde de orgullosa o incluso de soberbia, pero es verdad, y llegados a este punto no me importa decir que me reafirmo en todo lo que he hecho y que de ahora en adelante pienso dedicar hasta mi último aliento en ayudarnos a nosotras la mujeres: en hacer ver, que por mucho que embaucadores e ignorantes se empeñen en negarlo, somos tan trabajadoras como los hombres, tan inteligentes, tan válidas y tan legítimas como ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario