sábado, 21 de abril de 2018

Concepción Arenal II


30 de julio de 1857


Es en días como este cuando una se da cuenta de lo injusto que es todo, de la dificultad que significa para una mujer vivir en un mundo de hombres. Es en estos momentos cuando una puede ver que casi todo lo que ha hecho ha sido en vano y que por mucho esfuerzo, sudor y lágrimas que se desperdicien, al final todo sigue igual, todo conduce al mismo nefasto final. 

Hoy, 30 de julio de 1857, y por culpa de la maldita ley que obliga a firmar los artículos, he sido cesada como colaboradora fija en La Iberia. Hoy me he dado cuenta de la inutilidad de mi continuo empeño, me he dado cuenta de que hay personas que no cambian, y que por mucho que intente remar contra corriente, siempre habrá alguien que logre frenarme y acabar con las pocas fuerzas que me queden.

Fernando se habría enfadado al enterarse, esto le habría sacado de sus casillas; ya me lo estoy imaginando, maldiciendo a todo el mundo y pensando en lo que va a decir a los responsables, tan justiciero como siempre… Después se hubiese calmado y me habría dicho que me quiere, que todo va a salir bien y que el mundo está lleno de ignorantes. Si no fuera por él es posible que hubiese tirado la toalla hace ya tiempo, sin su apoyo ahora mismo estaría perdida, de no ser por él nunca habría logrado superar la muerte de la pequeña Concepción, de mi pequeña Concepción, de mi niña… Todavía conservo la que fue su muñeca favorita, aún la sigo abrazando cuando tengo miedo, oliendo su aroma a niña recién salida de la siesta, continúo cepillando sus cabellos y cuidándola como ella misma lo habría hecho. Ahora tendría ocho años, sería la mayor de los tres hermanos y tan fuerte e independiente como lo son ellos ahora. A ella podría haberle traspasado todo mi conocimiento, en sus manos podría ceder mi lucha cuando llegase el momento… Pero ahora ya no está, a pesar de que no exista en mí mayor deseo que poder tocarla un último instante, abrazarla y peinar sus oscuros cabellos, besar su frente y escuchar de sus labios que me quiere.

Su muerte fue dura para todos, lo más duro a lo que  nunca he tenido que enfrentarme. Cuando murió mi hermana pequeña veía a mi madre abatida y creía ser consciente del dolor que dicha pérdida podía llegar a causarle, pero no,  ahora veo que no, ahora me doy cuenta de lo ingenua que era al pensar así, de lo estúpida que he sido al creer que nada, nunca, me dolería tanto como la muerte de mi padre.

Después de aquello me di cuenta no solo de que mi vida había cambiado para siempre y de que una parte de mí se había perdido con ella, una parte que nunca podría llegar a encontrar, si no de que en Fernando había encontrado un compañero incondicional, una persona que, pasase lo que pasase, nunca me abandonaría y siempre estaría a mi lado, apoyándome y ayudándome en todo aquello que me propusiese. Sé que, si ahora estuviese aquí, conmigo, lograría consolarme como nadie sabe hacerlo, me miraría a los ojos y me diría que todo va a salir bien, apretaría mis manos contra su pecho y me hablaría con tal seguridad que acabaría por creerme todo aquello que me dice. Sé que, si no hubiese muerto. todo sería diferente. Si la cruel enfermedad no hubiese insistido en arrebatarlo de mis débiles brazos aún quedarían fuerzas en mí para seguir adelante, para seguir luchando por lo que creo, por lo que creemos.
Sigo recordando con total nitidez la primera vez que nos vimos, la primera que hablamos y ambos encontramos en el otro a ese cómplice imprescindible, a ese acompañante  con el que embarcarse en una gran aventura. Nos conocimos en la universidad, cuando yo asistía como oyente y él como estudiante y, a pesar de la diferencia de edad, no tardamos en caer rendidos al amor. Él era tan diferente a todos los demás hombres que había conocido, tan inteligente, tan idealista, tan avanzado … era imposible no caer rendida a sus pies. Recuerdo con especial cariño aquellas tardes en las que, vestida de hombre, asistíamos a las tertulias del café Iris y al salir discutíamos sobre lo que habían dicho hasta que uno de los dos se airaba y prefería dejar el tema. Eran esas pequeñas discusiones, que solían durar apenas unos minutos, pues ninguno soportaría la idea de no poder estar con el otro, las que nos unían cada vez más.

Ahora, a pesar de la ira y de la rabia que siento, a pesar de lo que me gustaría tirar todo por la borda y no seguir luchando por nada, sé que no puedo hacerlo y que tanto esfuerzo tiene que servir de algo. He logrado cosas que antes no hubiera soñado que fuesen posibles, ¿quién me iba a decir, cuando no era más que una niña que correteaba por los campos de Ferrol, que a estas alturas habría logrado escribir una novela, obras teatrales y mis Fábulas en verso?, ¿quién me iba a decir que habría gente tan extraordinaria en este mundo y que no solo descubriría lo que es el amor, sino que también lograría sentir lo que es estar en compañía de tu igual?

No, ahora es imposible abandonar, ahora más que nunca seguiré luchando por la igualdad, por la libertad, la justicia, seguiré siendo yo.

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