domingo, 22 de abril de 2018

El equipo Rara Avis está constituido por las siguientes alumnas de 1º de Bachillerato: 
Fabiola Antelo
Alba Colmenarejo
Beatriz Hernández
Lucía Rosado

y coordinado por su profesora de Lengua castellana y Literatura: 
Margarita Pacheco

sábado, 21 de abril de 2018

Gertrudis Gómez de Avellaneda I


                                                                                                 10 de julio de 1939

Empiezo este diario con la esperanza de que las generaciones futuras me conozcan y sirva de ayuda y referente para muchas mujeres luchadoras. 

Mi nombre es Gertrudis Gómez de Avellaneda, pero escribo bajo el seudónimo de "La Peregrina", ya que el hecho de ser escritora y mujer no está bien visto en esta época, el Romanticismo. 

Lo primero que debéis saber es que nací el 23 de marzo de 1814, en Santa María de Puerto Príncipe, en Cuba. Viví una infancia feliz junto a mis padres y gocé de una buena educación leyendo autores como Byron o Víctor Hugo, que ahora me sirven de referente a la hora de escribir.

Con 20 años me trasladé a Santiago de Cuba por mis problemas de salud. Mis padres insistieron en que me casase, pero yo me negué y, tras muchas luchas, conseguí que se cancelase el matrimonio que me habían concertado.

A los 22 años, muy a mi pesar, me mudé a España acompañada de mis padres. Durante el viaje escribí un soneto, Al partir, donde traté de plasmar mi sufrimiento, no solo por dejar mi hogar atrás, sino también por la mala relación que tengo ahora con mis abuelos, los que tanto me cuidaron cuando era pequeña y de los que tantos recuerdos buenos conservo. Ahora prácticamente no me hablan y ni siquiera vinieron a despedirse de nosotros aun sabiendo que nos marchábamos para no volver, y todo por algo tan insignificante a mis ojos como es el matrimonio concertado que me negué a aceptar.

Cuando regresé a España, me dirigí a la Coruña, donde lo que quizá tenga más importancia es que mantuve una relación con el hijo de un capitán. Era alto, corpulento, muy apuesto, pero en cuanto a la personalidad yo diría que demasiado clásico. No duramos mucho juntos porque no le parecía bien que me dedicase a la poesía y a menudo discutíamos sobre este asunto, hasta que después de unos meses terminamos de una forma poco amigable, pero no demasiado dolorosa, al menos en lo que a mí respecta.

Ahora resido en Sevilla y escribo versos para el periódico La Aureola de Cádiz y para El Cisne de Sevilla. He conocido a un muchacho encantador. Se llama Ignacio Cepeda y es estudiante de Leyes.

Concepción Arenal I


25 de noviembre de 1841



Hay quien dice que los grandes cambios llevan su tiempo y que las revoluciones se inician paso a paso, con las cosas más pequeñas e insignificantes, con aquellas acciones que a prácticamente a nadie afectan, de las que nadie se da cuenta. Si eso es cierto. Hoy, 25 de noviembre de 1841, debería ser un día histórico para nosotras las mujeres, pues, aunque sin posibilidad de matricularme, a partir del día de mañana podré asistir como oyente a la universidad; podré sentarme en las sillas, caminar por los pasillos, escuchar el discurso del profesor y todo ello sin necesidad de disfrazarme, sin tener que ocultarme ni fingir ser quien no soy, sin tener que negar mi condición de mujer para poder acceder al tan ansiado conocimiento. Esta noche guardaré mi disfraz en un apartado baúl con la esperanza de no tener que volver a usarlo nunca.


 Recuerdo a mi padre como si ayer mismo hubiese sido la última vez que lo vi, su apasionada forma de hablar, su rostro serio y aquella mirada, aquella incomparable mirada tan llena de bondad como  de perspicacia. Ahora, sumergida en la oscuridad de la noche y en la envolvente paz que trae consigo,  juraría poder oír su voz, tocar sus ásperas manos, poder verlo otra vez y ver en su mirada el orgullo que sentiría al ver la persona en la que me he convertido. Mi padre murió hace ya tiempo, apenas tenía nueve años cuando lo arrestaron y fue obligado a cumplir condena, una condena que al poco tiempo acabaría causándole la muerte, pues ¿qué mejor sitio que una prisión para contraer enfermedades? ¡Qué impotencia, qué frustración, qué dolor trae consigo la muerte de un ser querido!, ¡qué desgracia saber tan bien lo que siente, ser consciente de que todo no dura para siempre y de que aquello que se va ya no vuelve nunca a nuestro lado! También añoro a mi madre, a mi abuela y… ¿cómo no? a mi pequeña hermanita, sin ellas nunca habría logrado llegar a este punto, sin su apoyo, sin que me inculcaran esta sed de conocimiento que ahora me carcome por dentro y, ¿por qué no decirlo?, sin la holgura económica que ambas herencias han llegado a proporcionarme.

Es injusto, el mundo que nos rodea es una gran y cruel injusticia, en la que solo ganan los poderosos, en la que solo los hombres tienen derecho a expresarse, en la que el dinero lo mueve todo y aquellas personas que intentan traer paz y justicia no acaban siendo más que silenciadas por aquellos a quienes no les interesa su presencia. Me niego a que esto siga así, me niego a agacharme ante este sistema corrupto, a dar la razón a quien no la tiene, a permitir que personas como mi padre mueran injustamente todos los días. No sé qué me deparará el futuro, tampoco sé cómo ayudaré a cambiar el mundo o quién va a ser mi acompañante para tan larga travesía, pero lo que sí sé es que esto no puede seguir así.

Ahora, envuelta en el silencio y la soledad y con la única compañía de la pluma y el papel, estoy dispuesta a plasmar mis pensamientos, a narrar mi vida, a dar a entender al mundo que tenemos que cambiar, a informar a la gente y a hacer ver a futuros lectores qué es lo que ahora me atormenta.

Carmen de Burgos I


 23 de agosto de 1932


 Hoy me paro a pensar, a mirar al pasado y a ver si he conseguido cumplir con eso que cuando era joven me prometí. Al recordarlo y darme cuenta de lo que he conseguido, de todo lo que he logrado, de la gran cantidad de artículos y libros publicados, me invade la emoción, el orgullo y la felicidad.

 Antes de hablar de mi obra y de mi trayectoria profesional, me gustaría contar cómo fueron mis comienzos en el mundo de la literatura y el periodismo; y no solo eso, también me gustaría hablar de cómo fue mi vida.

 Nací en Almería un 20 de diciembre de 1867. He de decir que no me gustaba que la gente supiera cuál es mi fecha de nacimiento y a veces la ocultaba para que no fuera pública, sobre todo cuando empecé a ser más conocida por los lectores.

 Soy hija de José de Burgos y Cañizares y de Nicasia Seguí y Nieto. Mi infancia se desarrolló en Rodalquilar, en La Unión, en el cortijo perteneciente a mi familia, y ya desde pequeña me empecé a interesar mucho por la literatura. Soñaba con llegar a escribir mis propios libros. De adolescente me trasladé a la capital, para así poder adquirir una mejor formación.

 Me casé joven con Arturo Álvarez Bustos, con quien tuve cuatro hijos de los cuales solamente sobrevivió mi hija María. Esto es algo que nunca poder superar, nunca podrá pasar ni un solo día sin que piense en lo que habrían llegado a ser. Jamás olvidaré esas risas inocentes, esas miradas con las que solo un hijo pude mirar a su madre y, desde que mi vida se rompió, no habrá llanto o risa de un niño que no me estremezca y duela como si ayer mismo hubiese sido la última vez que oí sus voces. Esto supuso un golpe muy duro para mí, pero poco a poco conseguí afrontarlo mejor. 
Estando casada con Arturo, comencé a colaborar en su periódico: Almería Bufa.

Pero no pude ser feliz en mi matrimonio. Descubrí que mi marido me engañaba y eso hizo que comenzara a estudiar para conseguir llegar a ser profesora y marcharme con mi hija María, que por aquel entonces tenía cuatro años, a la capital.

 Me instalé en la bulliciosa ciudad en 1901, en casa de un tío mío. Poco después comencé a sentirme atraída por el ambiente cultural y literario de Madrid, además empecé a tener la necesidad de escribir, pero de esto ya os hablaré más adelante.

Ana María Martínez Sagi I


18 de noviembre de 1929

Hace unos días, entrevisté a una prostituta llamada Lola. Ya tenía conciencia de los problemas e injusticias sociales que existen en nuestro mundo, pero la admirable Lola me ayudó a abrir los ojos: 'La mayoría de las veces somos tratadas como animales. Como simples objetos sexuales. El cliente nos paga y en ese preciso momento, nos hace suyas.' Esas palabras se me clavaban en el alma como si de afilados cuchillos se tratase. Llevaba tiempo tomando conciencia del trato injusto que recibimos las mujeres por el hecho de serlo, y tras escuchar esas palabras, algo se encendió en mí. 'Tengo que luchar', pensé.
Este pensamiento me perseguía desde hacía tiempo. En un afán de liberación y comprensión, compartí con mi madre, Concepción Sagi, la experiencia personal que me había hecho vivir aquella entrevista. Pero mi madre no lo entendía. No era capaz de comprender que el mundo no tenía por qué ser así. Solo se preocupaba de que en casa siempre hubiese suficiente dinero para alimentar a sus hijos y de cuidar a su idealizado marido. Siempre me repetía que desde aquel día lluvioso de 1907 en el que nací, solo tenía ideas y pensamientos descabellados y absurdos.
Lo cierto es que no se trata de eso, sino de libertad, libertad de pensamiento, libertad para actuar en función de mis ideales, libertad para amar a quien yo elija amar. Tener derecho a votar y llegar a contar con las mismas posibilidades que un hombre. ¿Qué es lo que sucede?, ¿que por el hecho de ser mujer soy inferior?

Supongo que las personas de este mundo no queremos estar preparadas para evolucionar, para iniciar una revolución que desemboque en un estado libre e igualitario.
Siento decepcionaros, padre y madre, pero yo, Ana María Martínez Sagi, no estoy dispuesta a permanecer de brazos cruzados ante las injusticias que se dan en nuestra sociedad.

Gertrudis Gómez de Avellaneda II


 2 de febrero de 1841

Llevo dos años en España y estoy muy contenta. Al principio, se me hizo complicado adaptarme a tantos cambios y sufrí mucho porque mi amor nunca fue correspondido. A pesar del rechazo, seguí intentándolo y le mandaba cartas regularmente a Cepeda, pero finalmente me di cuenta de que no merecía la pena y para poder olvidarle me mudé a Madrid.

El cambio de aires me vino de maravilla y, aunque a veces me acuerdo de él, poco a poco, estoy pasando página. He conocido gente increíble y por fin tengo amigos de verdad que me apoyan y me enseñan, pues la mayoría son poetas y escritores de gran talento.

El ambiente en el que me muevo y los nuevos contactos que tengo me han permitido hacer realidad uno de mis mayores sueños: leer mis poemas ante un público. Recuerdo perfectamente la noche en la que recité por primera vez en un teatro. 

Había quedado a las siete en el Liceo para hacer un ensayo general con los demás artistas que actuarían esa noche. Me presenté acalorada y con el pelo revuelto debido a la carrera que me había pegado para llegar a tiempo. Después de arreglarme, salí a recitar, era solo una prueba, pero estaba muy nerviosa y no paraba de confundirme. Los poetas veteranos que estaban conmigo me dieron algunos consejos de gran utilidad, que todavía hoy utilizo antes de salir a un escenario y, gracias a ellos, me calmé un poco.

Después de eso, el tiempo se me pasó volando y, antes de darme cuenta, los asistentes empezaron a llenar las butacas. 

Llegó la hora de salir al escenario. Yo estaba con los nervios a flor de piel. Salí, las piernas me temblaban, pero, pese a todo pronóstico, lo hice bien, entoné y no me trabé en ningún momento. Cuando volví detrás de bambalinas un subidón de adrenalina me invadió y esa misma sensación la tuve al encontrarme con mis amigos y mis padres a la salida del teatro. Fue uno de los momentos más felices de mi vida, me sentí realizada y contenta al ver el orgullo en la mirada de mis progenitores.

Este año también he llevado a cabo un proyecto que tenía en mente desde hace tiempo: he publicado mi primera novela, que se titula Sab. En ella critico a la clase social a la que pertenezco, lo que hace que me enfrente al rechazo de personas de mi círculo cercano, pero me da igual porque creo que ya es hora de que alguien que pertenece a la alta sociedad muestre lo que esta esconde. Además, también he querido demostrar la desigualdad que presentan las clases sociales, ya sea por la raza, el género o la religión. Espero que este libro haga reflexionar a la gente y que no me traiga muchos problemas o, al menos, que no sean en vano.

Concepción Arenal II


30 de julio de 1857


Es en días como este cuando una se da cuenta de lo injusto que es todo, de la dificultad que significa para una mujer vivir en un mundo de hombres. Es en estos momentos cuando una puede ver que casi todo lo que ha hecho ha sido en vano y que por mucho esfuerzo, sudor y lágrimas que se desperdicien, al final todo sigue igual, todo conduce al mismo nefasto final. 

Hoy, 30 de julio de 1857, y por culpa de la maldita ley que obliga a firmar los artículos, he sido cesada como colaboradora fija en La Iberia. Hoy me he dado cuenta de la inutilidad de mi continuo empeño, me he dado cuenta de que hay personas que no cambian, y que por mucho que intente remar contra corriente, siempre habrá alguien que logre frenarme y acabar con las pocas fuerzas que me queden.

Fernando se habría enfadado al enterarse, esto le habría sacado de sus casillas; ya me lo estoy imaginando, maldiciendo a todo el mundo y pensando en lo que va a decir a los responsables, tan justiciero como siempre… Después se hubiese calmado y me habría dicho que me quiere, que todo va a salir bien y que el mundo está lleno de ignorantes. Si no fuera por él es posible que hubiese tirado la toalla hace ya tiempo, sin su apoyo ahora mismo estaría perdida, de no ser por él nunca habría logrado superar la muerte de la pequeña Concepción, de mi pequeña Concepción, de mi niña… Todavía conservo la que fue su muñeca favorita, aún la sigo abrazando cuando tengo miedo, oliendo su aroma a niña recién salida de la siesta, continúo cepillando sus cabellos y cuidándola como ella misma lo habría hecho. Ahora tendría ocho años, sería la mayor de los tres hermanos y tan fuerte e independiente como lo son ellos ahora. A ella podría haberle traspasado todo mi conocimiento, en sus manos podría ceder mi lucha cuando llegase el momento… Pero ahora ya no está, a pesar de que no exista en mí mayor deseo que poder tocarla un último instante, abrazarla y peinar sus oscuros cabellos, besar su frente y escuchar de sus labios que me quiere.

Su muerte fue dura para todos, lo más duro a lo que  nunca he tenido que enfrentarme. Cuando murió mi hermana pequeña veía a mi madre abatida y creía ser consciente del dolor que dicha pérdida podía llegar a causarle, pero no,  ahora veo que no, ahora me doy cuenta de lo ingenua que era al pensar así, de lo estúpida que he sido al creer que nada, nunca, me dolería tanto como la muerte de mi padre.

Después de aquello me di cuenta no solo de que mi vida había cambiado para siempre y de que una parte de mí se había perdido con ella, una parte que nunca podría llegar a encontrar, si no de que en Fernando había encontrado un compañero incondicional, una persona que, pasase lo que pasase, nunca me abandonaría y siempre estaría a mi lado, apoyándome y ayudándome en todo aquello que me propusiese. Sé que, si ahora estuviese aquí, conmigo, lograría consolarme como nadie sabe hacerlo, me miraría a los ojos y me diría que todo va a salir bien, apretaría mis manos contra su pecho y me hablaría con tal seguridad que acabaría por creerme todo aquello que me dice. Sé que, si no hubiese muerto. todo sería diferente. Si la cruel enfermedad no hubiese insistido en arrebatarlo de mis débiles brazos aún quedarían fuerzas en mí para seguir adelante, para seguir luchando por lo que creo, por lo que creemos.
Sigo recordando con total nitidez la primera vez que nos vimos, la primera que hablamos y ambos encontramos en el otro a ese cómplice imprescindible, a ese acompañante  con el que embarcarse en una gran aventura. Nos conocimos en la universidad, cuando yo asistía como oyente y él como estudiante y, a pesar de la diferencia de edad, no tardamos en caer rendidos al amor. Él era tan diferente a todos los demás hombres que había conocido, tan inteligente, tan idealista, tan avanzado … era imposible no caer rendida a sus pies. Recuerdo con especial cariño aquellas tardes en las que, vestida de hombre, asistíamos a las tertulias del café Iris y al salir discutíamos sobre lo que habían dicho hasta que uno de los dos se airaba y prefería dejar el tema. Eran esas pequeñas discusiones, que solían durar apenas unos minutos, pues ninguno soportaría la idea de no poder estar con el otro, las que nos unían cada vez más.

Ahora, a pesar de la ira y de la rabia que siento, a pesar de lo que me gustaría tirar todo por la borda y no seguir luchando por nada, sé que no puedo hacerlo y que tanto esfuerzo tiene que servir de algo. He logrado cosas que antes no hubiera soñado que fuesen posibles, ¿quién me iba a decir, cuando no era más que una niña que correteaba por los campos de Ferrol, que a estas alturas habría logrado escribir una novela, obras teatrales y mis Fábulas en verso?, ¿quién me iba a decir que habría gente tan extraordinaria en este mundo y que no solo descubriría lo que es el amor, sino que también lograría sentir lo que es estar en compañía de tu igual?

No, ahora es imposible abandonar, ahora más que nunca seguiré luchando por la igualdad, por la libertad, la justicia, seguiré siendo yo.